Llega septiembre y con él la vuelta al trabajo.
En el telediario cubren minutos
hablando del síndrome postvacacional,
un gilipollas gasta sus treinta segundos de fama
diciendo que ya tenía ganas de volver a la oficina.
En la fábrica,
en la linea,
no hay tiempo para pequeñas depresiones.
En cambio algunos
sufren el síndrome de Estocolmo.
Yo los veo
y me entra el de Tourette.